Sobrevivir a seis mil metros sin paracaídas: la asombrosa historia de Nicholas Alkemade

Nicholas Alkemade salta de su incendiado Lancaster con la certeza de una muerte casi segura pero al menos evitando el morir abrasado, inicia una vertiginosa carrera de seis mil metros hacia el suelo

Nicholas Alkemade salta de su incendiado Lancaster con la certeza de una muerte casi segura pero al menos evitando el morir abrasado, e inicia una vertiginosa carrera de seis mil metros hacia el suelo.

Quizás sea esta una de las historias que merecen ser contadas en las épocas navideñas. Pero como ya nos coge un poquito pasada y todavía hace suficiente frío, os la relato porque de verdad merece la pena conocer. De la muchas historias sorprendentes que leí en mi juventud sobre la Segunda Guerra Mundial, hazañas, casualidades y, llámese como quiera, «milagros», ésta es una de las que más recuerdo y aprovecho para releer en una preciosa trilogía de libros de bolsillo llamada Hazañas y secretos de la II Guerra Mundial y que conservo celosamente.

Se trata de la historia del sargento de la RAF Nicholas Alkemade, que sobrevivió a un terrorífico salto sin paracaídas desde su incendiado bombardero a 6.000 metros de altura, una noche de marzo de 1944. Parece ciencia ficción, y verdaderamente es difícil de explicar, pero la historia es real y está perfectamente contrastada. Continue reading

Aterrizar en un barco: Eugene Ely y su Curtiss Pusher en el primer apontaje de la historia

Eugene Ely y su Curtiss entran en la historia aterrizando en la cubierta del crucero norteamericano USS Pennsylvania

Eugene Ely y su Curtiss entran en la historia aterrizando en la cubierta del crucero norteamericano USS Pennsylvania, en la bahía de San Francisco

Seguramente ninguno de los protagonistas de la hazaña se dio cuenta en aquel momento de que iban a revolucionar no solo la historia de la aviación, sino también las reglas del juego de la Guerra en el Mar y casi, de los conflictos venideros. El pasado 18 de enero se cumplieron 114 años del primer aterrizaje de un avión en un buque. Lo que surgió de una aventura, un reto, y una demostración de la valía de aquellas frágiles máquinas de madera y tela, diseñadas y pilotadas por valientes y entusiastas pioneros de la aviación, pasó a abrir un nuevo campo en la ingeniería naval, y en menos de una década después, empezaban a surgir en las mejores marinas del mundo la nave que se convirtió en capital del poder naval: el portaaviones.

Un día como aquel pero del ya lejano 1911, el joven piloto Eugene Burton Ely subió a la rudimentaria cabina de su frágil Curtiss Model D (o Curtiss Pusher), un biplano con hélice impulsora y 40 hp de potencia en el Hipódromo de Tanforan, adaptado como improvisado aeródromo y situado en la península de San Francisco, en California. En la toldilla del crucero acorazado USS Pennsylvania (ACR-4), anclado en la bahía, se había dispuesto una plataforma de 30 metros de longitud y 10 de ancho, atravesada de banda a banda por 22 tensores sujetos por sacos de arena. Ely había dispuesto tres ganchos en el tren de aterrizaje triciclo de su avión, con el fin de ir enganchándose a los tensores y detener el Curtiss al final de la plataforma. Por último, en caso de que todo fallara, se había dispuesto un grueso toldo para frenar. El Pusher despegó y se aproximó por la popa al crucero, con una velocidad de aproximación de sesenta kilómetros por hora, algo por encima de lo calculado debido al viento de cola. Ely vira y corta los gases. El biplano tocó en la plataforma y enganchó en el duodécimo retén, quedando detenido completamente 25 metros después. ¡Era la primera vez que un avión aterrizaba en un barco!

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