«Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que calman la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber. – ¿Por qué vendes esto? -Dijo el principito. – Es una gran economía de tiempo – replicó el comerciante. – Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana. – ¿Qué se hace con estos cincuenta tres minutos? – ¡Se hace lo que cada uno quiera! -Yo, -dijo el principito – si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría lentamente hacia una fuente».
(El Principito)
Viaje al desierto, vida en el aire. Decepción en tierra. Sueños e ilusión sobre las nubes. Fue Saint-Exupéry un enamorado de la aviación, uno de aquellos pioneros que consolidaron una de las aventuras más fascinantes que haya podido desarrollar el ser humano…
Creo que tuvo dos vías para manifestar sus sentimientos, para sentirse feliz y expresar en justicia sus capacidades. Una fue la escritura. Su obra es mundialmente reconocida y toda su producción lo ha elevado directamente a la cota de los autores que todo lector reconoce generación tras generación. La otra es la aviación. Amargas decepciones y frustraciones a veces le aportó, al ser tachado de aviador aficionado, incluso de mediocre piloto. Vio como su sueño de la Aéropostale desaparecía tras la crisis de principios de los años treinta. A punto estuvo de perder la vida en varias ocasiones en varios accidentes, y finalmente desapareció…para volar más alto, sobre las costas de Córcega en un día de julio de 1944, a los mandos de su P-38 Lightning en misión de reconocimiento. Pero era su pasión desde el principio, y claro está que a veces, al mezclar ambas pasiones, podrían surgir las obras imperecederas. Tinta y aviación ¿Sucedió así con El Principito?
Saint-Exupéry había vivido sus mejores años saboreando cada instante en cada vuelo que efectuó en aquella hermosa aventura aérea que fue la de Aéropostale. Obligada a quebrar en 1931 y absorbida por el gran consorcio francés que era Air France, aquel piloto soñador quedó orillado por aquellos nuevos directivos que consideraban a la nueva empresa como eso, simplemente, como una empresa. Saint-Exupéry quedó instalado en una profunda depresión al ver como sus alas eran cortadas de manera tajante. A instancias de su amigo Jean Mermoz, decidió superar el récord de volar en el menor tiempo posible desde París a Saigón (colonia francesa en aquellos momentos) por escalas, con el fin de obtener una prima de 150.000 francos. Saint-Exupéry, junto con su navegante y mecánico André Prévot y a los mandos de un Caudron C.630 Simoun con número 7041 y matrícula F-ANRY, despegó el 29 de diciembre de 1935 a las 07.07 horas desde el aeropuerto parisino de Le Bourget. Era su montura un robusto y moderno monoplano, salido de los trazos del magnífico ingeniero Marcel Riffard, de construcción metálica y tren de aterrizaje fijo, diseñado para cumplir funciones de transporte ligero y postal. La Armée de l’Air encargó una versión de enlace denominada C.635 y de la que se fabricaron cuatrocientos ejemplares.
Tras escala en Marsella, el avión, pintado de crema y rojo, aterriza en Bengasi para repostar combustible, despegando al poco tiempo en dirección a El Cairo, su siguiente escala. Después de tres horas y 30 minutos y tras haber recorrido 3.700 kilómetros en total, el Caudron se encuentra a 2.000 metros de altura con un amplio y amenazador frente nuboso con fuertes turbulencias. Temiendo desorientarse y calculando que el Delta del Nilo se encontraba cerca, Saint-Exupéry decide descender a 1.000, 800, 600, muy rápidamente a 500 metros… El desierto no aporta ninguna información y las nubes impiden ver las estrellas para recuperar las referencias visuales… El altímetro indica 300 metros… De pronto, a las 02.35 horas, el Simoun, a 270 kilómetros por hora, colisiona parcialmente con una duna que se elevaba oculta y traicionera en medio de la inmensidad del desierto de Libia. Milagrosamente el avión cayó con cierta suavidad y de una pieza…
«Nuevamente me sentí helado por el sentimiento de lo irreparable. Y comprendí que no soportaba la idea de no oír nunca más esa risa, que era para mí como una fuente en el desierto». (El Principito).
Ambos sobrevivieron al aterrizaje pero pronto comenzaron a sufrir los estragos de la rápida deshidratación en el Sahara. No teniendo además idea del lugar exacto donde habían caído. De acuerdo con sus memorias, lo único que tenían para alimentarse eran uvas, dos naranjas y una pequeña ración de vino. Pero lo más terrible era las reservas de agua, casi inexistentes. Evidentemente pronto comenzaron ambos a experimentar las consabidas alucinaciones visuales y auditivas. Finalmente, al cuarto día de agonía y con cada vez menos esperanzas, un beduino en camello los encontró, salvándoles de una muerte cierta. El relato Tierra de hombres (Terre des hommes), publicado en 1939 es una referencia a aquella terrible experiencia. Pero sobre todo, aquellos días de soledad, de lucha por la supervivencia y de incertidumbre por la cercanía del manto de la muerte se fraguó en aquella mente inexcrutable en El Principito (Le Petit Prince), una de las obras cumbre de la Literatura Universal. Publicada en 1943, esta novela corta de temática infantil, tan solo en la corteza, está llena de reflexiones sobre la vida, los sentimientos y el comportamiento humano. Una hermosa y reflexiva visión de su mundo, llena de pinceladas de realidad ocultas entre metáforas, mitad sueño y mitad vigilia, vista desde los ojos de un niño grande y desde la mirada del hombre que nunca quiso dejar de ser niño. Yo creo que por eso, y no por otra cosa, aquel hombre protagonista tenía que ser, como su creador de papel y tinta, aviador. Un creador que emigró a los Estados Unidos cuando la Segunda Guerra Mundial había convertido su país en territorio del Reich y donde quedaba algo más de espacio para seguir teniendo sueños de libertad. Poco tiempo después de publicado, Exupéry regresó a Europa para volver a volar con las Fuerzas Aéreas de la Francia Libre, y a encontrarse con su destino en el Mar Tirreno y a los mandos de su P-38. Verdaderamente no podía ser de otra manera. Hay mucha amargura, mucha depresión, mucha nostalgia en su biografía. Yo me quedo con la ilusión y sus letras, plenas de felicidad aunque fuera el menor del tiempo de su existencia. Y sobre todo, me quedo con esta frase de su inmortal Principito, que, opinada e inopinadamente amalgama los mejores momentos de la vida de cualquiera, sea en tierra o en el aire:
“Es bueno haber tenido un amigo, incluso si uno va a morir”.
Especificaciones Caudron C.630 Simoun
- Origen: Société des Avions Caudron.
- Planta motriz: Un motor lineal de 6 cilindros invertidos en línea Renault Bengali 6Q-09, refrigerado por líquido, de 220 hp al despegue.
- Dimensiones: Envergadura: 10,4 m. Longitud: 9,10 m. Altura: 2,3 m.
- Pesos: Vacío: 755 kg. Máximo al despegue: 1.380 kg.
- Prestaciones: Velocidad Máxima: 300 km/h. Techo de servicio: 6.000 m. Alcance Máximo: 1.500 km.
- Tripulación: 1/2.
- Carga Útil: 150 Kg.
Bibliografía consultada:
VV.AA (1992). Crónica de la aviación. Barcelona: Plaza & Janés.
Angelucci, E.; Matricardi, P. (1979). Aviones de todo el mundo. Tomo V: Modelos civiles desde 1935 hasta 1960. Madrid: Espasa-Calpe.
Marck, B. (2007). Héroes de la aviación. Barcelona: Planeta.
Antoine de Saint-Exupery (página web). Disponible en: http://www.antoinedesaintexupery.com/les-avions
Reynaud, JP. (2009). Association des amis du mussee de l’air (página web). Disponible en: http://aama.museeairespace.fr/pegase/les-carnets-de-laama/le-caudron-simoun.html