«Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que calman la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber. – ¿Por qué vendes esto? -Dijo el principito. – Es una gran economía de tiempo – replicó el comerciante. – Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana. – ¿Qué se hace con estos cincuenta tres minutos? – ¡Se hace lo que cada uno quiera! -Yo, -dijo el principito – si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría lentamente hacia una fuente».
(El Principito)
Viaje al desierto, vida en el aire. Decepción en tierra. Sueños e ilusión sobre las nubes. Fue Saint-Exupéry un enamorado de la aviación, uno de aquellos pioneros que consolidaron una de las aventuras más fascinantes que haya podido desarrollar el ser humano…
Creo que tuvo dos vías para manifestar sus sentimientos, para sentirse feliz y expresar en justicia sus capacidades. Una fue la escritura. Su obra es mundialmente reconocida y toda su producción lo ha elevado directamente a la cota de los autores que todo lector reconoce generación tras generación. La otra es la aviación. Amargas decepciones y frustraciones a veces le aportó, al ser tachado de aviador aficionado, incluso de mediocre piloto. Vio como su sueño de la Aéropostale desaparecía tras la crisis de principios de los años treinta. A punto estuvo de perder la vida en varias ocasiones en varios accidentes, y finalmente desapareció…para volar más alto, sobre las costas de Córcega en un día de julio de 1944, a los mandos de su P-38 Lightning en misión de reconocimiento. Pero era su pasión desde el principio, y claro está que a veces, al mezclar ambas pasiones, podrían surgir las obras imperecederas. Tinta y aviación ¿Sucedió así con El Principito?