Varias veces he señalado que la aviación ejerce en muchas personas una atracción casi mágica. Volar es el sueño más antiguo, más inalcanzado y más placentero del ser humano. Y no es de extrañar que todo lo que rodea a tal acto tenga una «liturgia» única, una fascinación que excede lo racional. Por eso, creo que la forma más bonita de sentir qué es ese pellizco que surge cuando vemos algo o a alguien relacionado con la aviación es verlo por los ojos de un niño…
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