De vez en cuando nos sorprendemos viendo en las noticias (normalmente las clásicas secciones de relleno, tras los tostones políticos), imágenes de reactores de pasajeros alcanzados por el terrible fogonazo de un rayo, con el consiguiente comentario «parece un milagro que no haya estallado/se haya partido/se haya desintegrado»… Sin embargo, la cosa es a priori más aparatosa que peligrosa para la propia aeronave. Veamos por qué.
Los aviones, al no estar conectados con la tierra, se cargan de electricidad estática en vuelo por el rozamiento del aire, con lo cual son blancos perfectos para los rayos. Recordemos que un rayo es una poderosa descarga natural de electricidad estática, producida durante una tormenta eléctrica, acompañada de un reflejo luminoso (que denominamos como relámpago) y de un estampido sónico (que llamamos trueno) en su trayectoria por el aire. Es imposible evitar que alguno alcance a una aeronave, pero hay medidas muy eficaces para minimizar los riesgos para los ocupantes del mismo. Un fuselaje está construido, al igual que en los automóviles, como una Jaula de Faraday (o sea, que en su interior el campo electromagnético es nulo) y el rayo puede recorrerlo en su superficie sin afectar al interior hasta terminar escapando por la punta de los planos, estabilizadores o el timón de dirección. Para evitar que se sufran daños, los aviones disponen de descargadores de estática en estas zonas, compuestos por filamentos de carbono y que suelen ser los lugares por donde escapan los rayos. Una vez en tierra, bastará con sustituirlo para que vuelva a estar operativo, aunque será necesario revisar el fuselaje y las alas, en previsión de los agujeros u otros daños que el rayo pudiera provocar en los mismos.
En relación a este fenómeno existe otro, tan espectacular y hermoso como el anterior, aunque menos agresivo, que se denomina Fuego de San Telmo y durante siglos era un terrorífico y extraño espectáculo para los marinos, espantados al ver como se producían inexplicables llamaradas en los extremos de los mástiles de los buques de vela durante las tormentas en medio del océano, alterando el curso de las brújulas del navío. En la actualidad, estas llamas, de color azul/violáceo aparecen en las cabinas y en las alas de los aviones. Sin embargo, el Fuego de San Telmo es también un fenómeno meteorológico, creado también en relación a la electricidad estática que el avión provoca en su movimiento al rozar con el aire. Es una chispa que realmente no es un fuego, y por supuesto no tiene capacidad de quemar nada. Este efecto se denomina efecto corona y surge de la siguiente manera: si un avión se mete en medio de una tormenta, entra asimismo en un campo eléctrico (de ahí las divergencias inexplicables de las brújulas) que causa la ionización de las moléculas del aire, y que termina separándose de sus electrones y creándose un plasma conductor. En ese momento, la tormenta puede descargar brevemente su energía sobre la masa contenida en el campo eléctrico, o sea, el fuselaje y las alas del avión, y se produce una descarga eléctrica electroluminiscente, de color azulado/violeta porque el gas predominante de la atmósfera determina el mismo azul por tanto para el nitrógeno y el oxígeno. El brillo aparece, inofensivo, durante unos minutos, y luego vuelve a empezar el proceso.
Todo este curioso fenómeno meteorológico fue detectado por primera vez por el norteamericano Benjamin Franklin en 1749 (cuando aun pertenecía al Imperio Británico), demostrando, tras sus investigaciones para inventar el pararrayos, que era de naturaleza eléctrica, aunque como decimos, inerme. Tan solo para los dirigibles y aerostatos antiguos, cargados del inflamable gas hidrógeno, podría ser un elemento de peligro. De hecho, una de las hipótesis de mayor peso que explicaban la deflagración en 1937 del gigantesco dirigible alemán Hindenburg en Lakehurst (New Jersey), se centran en la aparición del Fuego de San Telmo que provocó un incendio en la cubierta de la enorme aeronave.
Sea como sea, como dudo que nadie vaya a efectuar un vuelo en un dirigible lleno de hidrógeno, ya saben, si tienen suerte de poder ver estos fenómenos meteorológicos, fotografíenlos y disfruten. Merece la pena. Cosas de la ciencia…
Bibliografía consultada:
¿Sabías…? En: Avion Revue, n.368, febrero 2013, p. 96.
Martínez, M. Técnica. En: Avion Revue, n.382, abril 2014, p. 97.